DEL PRIMER CAPÍTULO DE LA PRIMERA Y TERCERA REGLA DEL SANTO A SUS RELIGIOSOS

 

Sobre todo, queridísimos hermanos, no olvidéis nunca que hay que conocer y observar con toda diligencia los preceptos divinos, para que, amando a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas, y al prójimo como a nosotros mismos, podamos recoger el fruto de la vida eterna. En efecto, para esto nos hemos reunido: para observar el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y para que haya entre nosotros un solo corazón y una sola alma en Dios, nuestro Señor.

Los que abrazan esta vida y profesan esta regla preocúpense por conocer los mandamientos de Dios con todo lo demás necesario para la salvación, y procuren incansablemente amar a Dios sobre todo con todo el corazón y con todas las fuerzas, y al prójimo como a sí mismos. Además observen los preceptos generales de la Iglesia y no se contenten con esto, sino que, como personas fervorosas, procuren practicar los consejos evangélicos. Cuando hayan hecho todo esto, con la ayuda del Señor, considérense siervos inútiles y como personas timoratas recuerden que el bien se convierte en cosa vana si se deja antes de la muerte.

 

ORACIÓN

 

Oh sol luminoso de caridad, glorioso san Francisco de Paula, henos humildemente postrados a tus pies para rogarte inflames nuestro corazón en aquel amor a Dios del que el tuyo estuvo tan abrasado en la tierra, y para que anteponiéndolo a todas las criaturas y a todos los bienes terrenos nos sea concedido siempre y en todo realizar su voluntad. En virtud de este amor divino, oh benignísimo Protector nuestro, tenemos la viva confianza de obtener cuanto antes la gracia que esperamos ansiosamente de la Bondad infinita, y por la cual interponemos un vez más tu valiosa intercesión.

 

(Del trecenario de San Francisco de Paula. Barcelona 1980)